La escuela es un espacio en el que interactúan diversas velocidades. Cuando me refiero a velocidades, hago alusión a distintos elementos con movimientos diferentes, es decir, más en concreto, existen disímiles instancias y funciones que conforman la comunidad educativa y que están en constante interacción las unas con las otras, a través de sus diversos personajes: directivos, docentes, personal no docente, alumnos y padres.
A su vez, la escuela no es un espacio cerrado, sus paredes son tan permeables que tanto el adentro como el afuera confluyen en las aulas, las salas de profesores, en las galerías y los patios. Se trata de una realidad compleja, atravesada por un incesante flujo de variantes, donde el conflicto aparece como una constante en las interacciones y que, como tal, resulta esencial integrarlo al movimiento cotidiano escolar como un potencial, antes que como una interferencia.
No obstante, en el presente trabajo me referiré a la canalización de aquellos conflictos que se dan entre alumnos, utilizando la mediación escolar como una herramienta de andamiaje que permite a los educandos acceder a una zona de desarrollo potencial y el consecuente despliegue de facultades metacognitivas esenciales. Comencemos.
Comparto con Farrán la idea de que en muchos de los espacios escolares tanto maestros, profesores y directivos se encuentran perplejos frente al resquebrajamiento del rol docente. “La perplejidad se expresa de muchas formas. En su versión maniqueísta da lugar a algunas de las frases más frecuentes en sala de profesores: ‘no entienden nada’, ‘no respetan nada’, ‘no estudian’, ‘no prestan atención’, etc.” (Farrán, 2010, p. 9).
Los conflictos dentro del aula recrudecen y aumentan, “entorpeciendo” la labor docente de educar a través del encuentro. Pero si entendemos a la educación como aquel “evento social en el que se comparten significados” (Chrobak, 2000), los conflictos constituyen un caldero del cual, empleando las herramientas adecuadas, podemos extraer un gran potencial educativo.
Para ello primero tenemos que habilitar, en medio de la perplejidad, preguntas que expandan nuestra mirada sobre el territorio más allá de los anteojos del “deber ser”. Aprender a mirar y a hacer lecturas de la realidad sin un “a priori”, resulta fundamental para salir de aquellas miradas que capturan, esas que no pueden dejar de ver como si no pudiera ‘sacarle los ojos de encima’, sin distancias, sin palabras, capturados sobre todo por lo que no aceptamos como tal. Otra operación se relaciona con salirse de miradas que clausuran, en el sentido de miradas que se cierran a la vista, que paradójicamente quedan ciegas. Miradas repetitivas, uniformadoras, tipificantes. (Nicastro, 2006, p. 212)
El ejercicio de volver a mirar nos sitúa mucho más plenos en la realidad, reconociendo aquellos detalles del territorio y permitiéndonos construir desde allí. Es así que, el conflicto forma parte de ese paisaje, el tema es cómo nos implicamos con él y de qué manera podemos tender puentes que sirvan a la tarea pedagógica de compartir significados.
El conflicto constituye una diferencia de potencial que no sabemos cómo abordar, y que por eso nos da “carga”. Haciendo un paralelo con Vygostki, podemos decir que la zona de conflicto es aquella zona de desarrollo real (ZDR), mientras que la superación de dicha situación nos brinda el acceso a una zona de desarrollo potencial (ZDP), es decir, el acceso a una nueva capacidad de respuesta frente a la realidad que antes no teníamos.
Pero, ¿cómo hago para llegar del lugar en donde me encuentro (conflicto-ZDR) a un lugar al que quiero ir (potencial- ZDP)? Necesito de una herramienta; en este caso, recurriremos a la herramienta de la mediación.
La mediación puede constituirse en el ámbito escolar como un andamiaje que permite tomar a los conflictos como un potencial educativo. Cuando hablamos de andamiaje, nos referimos a tres cuestiones específicas, aplicables también a mediación: “Una, la idea de apoyatura y sostén. Otra, la de intermediación, de espacio intermediario entre elementos, como una instancia que está entre uno y otro, pero que no es ni el uno, ni el otro. Por último, la idea de filtración, es decir, que en el pasaje se da un proceso de selección”. (Nicastro, 2006, p. 221)
Desglosemos el andamio. La mediación conlleva la idea de proceso, de un desarrollo cuadro por cuadro, donde sus características y principios conforman una apoyatura y sostén que se regula acorde a la situación de conflicto en particular. A su vez, el proceso mediador se trata de la construcción de un puente comunicacional entre los diferentes actores del conflicto, de allí su carácter intermediario y neutral. Y, por otra parte, esa intermediación implica una filtración y selección, es decir, en ese flujo comunicacional se trata de aclarar el mensaje, catalizar el lenguaje violento, afirmar, sintetizar, generar empatía, etc.
Asimismo, la mediación incentiva, a través de las preguntas, a que los distintos actores del conflicto puedan, en forma activa, reflexionar, observarse, reconocer y reconocerse, asumiendo la realidad de conflicto y a partir de allí elaborar estrategias de salida a la situación en forma de reglas comunes y compartidas.
Desde esta perspectiva, el conflicto en vez de interferir y bloquear, se transforma en una oportunidad de aprendizaje.
Un potencial es aquella posibilidad de desarrollo que brinda una nueva capacidad de respuesta que aún en el presente no existe. Por ende, hemos de implicarnos para descubrirla y hacerla propia.
La mediación, como proceso-andamio, implica el descubrir y desplegar una serie de habilidades que tienen que ver con la descripción de las conductas, el reconocimiento de las emociones, la identificación y el análisis de las situaciones, la previsión de impactos y consecuencias, la planificación y generación de estrategias de salida del conflicto, el uso del diálogo, el empleo de la creatividad, el aprendizaje cooperativo y colaborativo, la apertura y el desarrollo de la empatía, la puesta en práctica de facultades de escucha, entre otras.
Todo este despliegue de habilidades se trata de lo que conocemos como metacognición, la cual, contiene dos aspectos fundamentales: “por un lado, la habilidad de pensar sobre lo que pensamos, aprendemos y conocemos; y, por otro, la capacidad de planificar, autorregular y monitorear la manera en la que lo hacemos”. (Manes, 2015)
La actividad metacognitiva contiene cuatro aspectos esenciales:
1) Conocimiento de los objetivos que se quieren alcanzar con el esfuerzo mental; 2) elección de estrategias para conseguirlo; 3) autoobservación de la ejecución para comprobar si las estrategias elegidas son las adecuadas; 4) Evaluación de los resultados para saber hasta qué punto se han logrado los objetivos (Burón, 1996, p. 15).
Es decir, la metacognición implica una observación que está por encima de nuestra manera de procesar la información, brindándonos la posibilidad de emplear dicho conocimiento para esbozar estrategias adaptativas al territorio que pisamos a diario.
IV- Provisoriedad
No existen conclusiones fijas, estáticas. Hoy nos encontramos ante el desafío de la provisoriedad y en el reconocimiento de nuestra ignorancia, porque “quien sabe que ignora algo está en condiciones de salir de su ignorancia pensando, preguntando, consultando; es consciente de los límites de sus conocimientos y pregunta”. (Burón, 1996, p. 14)
La perplejidad debe impulsarnos hacia aquellas nuevas preguntas que socavan las estructuras con las que observamos la realidad. El conflicto y el caos nos invitan a tender nuevos puentes, para renovar las interacciones y las combinaciones entre los elementos.
“El espacio desconfigurado está repleto de posibilidades, pero para tomarlas hay que aprender a leer nuevamente” (Farrán, 2010, p. 10) y la mediación es una excelente herramienta que le puede servir a los educadores en ese ejercicio constante de observar, como un andamio para ir del conflicto al potencial y, en esa tarea, compartir significados en un aprendizaje relevante.
Referencias
BURÓN, J. (1996) Enseñar a aprender: Introducción a la metacognición. Bilbao. Ediciones Mensajero.
FARRÁN, G. (2010) Otros modos de pensar la Gestión Educativa. Novedades Educativas, 237 (9-11). Buenos Aires.
NICASTRO, S. (2006) La cotidianeidad de lo escolar como expresión política. En FRIGERIO G., DIKER, G. Educar: ese acto político. Serie Seminarios del CEM. Bs. As., Del Estante Editorial.
PALMIERI, J. (2007) La convivencia y la mediación: método alternativo de resolución creativa y pacífica de conflictos. Módulo 4. Bahía Blanca, Editorial Master.
VYGOSTKI, L. (1934) Pensamiento y lenguaje. Barcelona. Paidós. 1995.
Fuentes electrónicas
CHROBAK, R. (2000) La metacognición y las herramientas didácticas. https://www.unrc.edu.ar/publicar/cde/05/Chrobak.htm (Consultado: 18-2-2016)
MANES, F. (2015) El valor de pensar para adentro. http://facundomanes.com/2015/11/29/el-valor-de-pensar-para-adentro/#more-7701 (Consultado: 18-2-2016)
Had my first personal experience last week--after over three hundred mediations--at being accused of being biased, a mental aberration mediators avoid like the plague (even ahead of avoiding tired cliches)....
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